18 abr 2003

La bayadera

La antigua mansión victoriana retumba con el rítmico vaivén de las tablas, la cítara y el shehnai. Los corazones de los hombres palpitan al unísono con la cadencia de la mágica danza que por momentos estalla en rapto frenético, para enseguida casi quedar inmóvil de tan en suspenso.

Los dedos rozan sutiles los labios de rojo amanecer, luego se retuercen como relámpagos en nubes de verano y se pierden como burbujas en un riachuelo. Las piernas que emanan de ese extraño vapor que las multiplica, entran y salen a placer, cual fantasmas, de los sueños. Y los ojos de miradas imposibles se funden con los de quienes ya no saben si ven una, diez o cien mil mujeres que bailan en el cielo.

Sale a la calle y van en pos de ella, hipnotizados. Dejan atrás el barrio inglés y caminan en trance por el distrito de las Luces Rojas. En el inmundo tiradero —la cloaca de Mumbai— la visión desaparece y la horda recupera de pronto el sentido, apelotonándose de pánico al comenzar el festín de los demonios que los torturan. Los alaridos de terror sólo hacen más delectables los exquisitos efluvios de pasión y sorpresa, y son devorados muy poco a poco.

9 abr 2003

La caída

I sing the body electric... ~Walt Whitman

Nada apaciguaba la Cólera Divina, y ya los veía alejarse del Paraíso. Iracundo, los maldijo una vez más:

«¡Que vuestros cuerpos... sean vuestras almas!»

Trampa de honor

Aventó su resto, la mano era requetechula y quiso agarrarla, pidió al rival una carta nomás y que lo dejara ver. Miró la flor del triunfo y se puso de pie y secó el sudor helado que mojaba su frente. De entre los presentes sólo su contrincante percibió el ligero temblor en las comisuras de los labios. —Ahora sí, compaye, es todo: mi cuaco, mi jacal y mi dinero. De que te toca te toca, ya no tengo pa' jugar así que con tu permiso...

—¿Cuál es la prisa, mi hermano? —preguntó el aludido—, siempre has sido ley, famoso por levantar del petate, al rayar el alba, a tus acreedores. Mas mientes si dices que nada... ¿Y mi ahijada?, ¿la Mireya?, ¿la que acabo de sacar a sus quince años?

Silencio... Margarito se sentó de nuevo y propuso con frialdad: —Contra todo lo que está en la mesa, más tu rancho chico y los caballos. —Prendió un tabaco y se lo fumó como si cualquier cosa—. ¡Nunca dirán que se rajó un Guzmán!, ¡mucho menos al cuarto para las doce!

Cuando su compadre volteó el último siete, se paró otra vez y con voz sonora le dijo —mañana, a las primeras luces, será tuya la prenda que me jugué y perdí de fiado.

Al amanecer, un Juan Carbajal Domingo que arde en deseo se acicala para recibir a la linda niña en botón, a poco escucha en el empedrado las espuelas oxidadas del pagano. Las oye, instantes después, alejarse. Sale a cobrar la deuda y la halla sentada en el zaguán, trajeada de fiesta y con la dulce sonrisa de siempre; no puede dejar de admirarla, sigue igual de tierna y hermosa..., aún ahora que un cuajo de sangre le cuelga del cuello.

2 abr 2003

Trampa de la trampa

El plan era perfecto: ella escribiría los números de las respuestas en el muslo, justo encima de la malla negra.

El muchacho, aturdido, no pudo concentrarse en el examen; el profesor, que lo vio todo..., tampoco.