24 mar 2004

La vaca sagrada

Desde muy niña se había resistido a realizar esfuerzo alguno, pasaba el tiempo tirada junto a la milpa, viendo las nubes. Observaba con envidia a las vacas, que no hacían más que comer y dormir. Eso es lo que quería ser en la vida: ¡Una vaca echada!

El día que cumplió dieciocho años, doña Petra —su madre— siendo medio bruja, le dio unas yerbas. A la mañana siguiente devino vaca. Todos quedaron conformes. Los padres, pensando que habían adquirido un animal más para el rebaño, la muchacha, feliz de haber cumplido sus expectativas en la vida.

Fue a tumbarse a la sombra de un sauce y se puso a rumiar. Siempre había sido una chiquilla consentida y éso no cambió. Sus hermanos le dejaban a diario un par de pacas de alfalfa y un costal repleto de alimento balanceado.

La vida no podía ir mejor para ella hasta que, una tarde, cruzó la besana el toro de don Trinidad. No tuvo fuerzas para correr..., ni ganas

10 mar 2004

Evolución

Ñgogo ha esperado al Sol toda la noche. Se preparó durante años para este momento. Cuando la luminaria surja del horizonte, se erguirá como ninguno de su especie lo ha hecho nunca. A partir de hoy guiará a la tribu y la horda toda le rendirá pleitesía.

Ha tensado los músculos, ha calculado cada movimiento —imagina a todas las mujeres que va a gozar, los exquisitos manjares sobre los que tendrá prioridad. Aspira el céfiro de la aurora que viene mientras su espíritu habita el futuro... Las leyendas cantarán las hazañas de quien venciera para siempre la esclavitud de las cuatro patas.

De reojo observa como, junto a la hoguera, sus congéneres se revuelcan abotagados por la comilona de la noche anterior. Yacen apilados, promiscuos y sin preocupación alguna... Piensa que, de cierta manera, son más felices que él con tantos estúpidos sueños.

Aún no amanece cuando Ñgogo se arrastra hacia el abrigo del fuego. Tratando de no molestar, busca un hueco entre una mujer llena de mugre y un hombre con olor a vómito.

Tal vez mañana...

7 mar 2004

Neutrones

—¡Eeeh! —gritó una vez más —¿Hay alguien allí?

En ese instante, la esquina le devolvió su propia voz, la de unos minutos antes. —Soy yo, un ser humano, ¿alguien me escucha...?

Así había sido la noche anterior y la anterior. Lo mismo que hace un par de años, cuando perdió la esperanza.

Pronto se cumplirían cuatro décadas desde aquella vez en la oscuridad, cuando se despertó único sobreviviente del bombardeo.

—¿Qué fue éso? ¡Mamá! ¡¡Mamacita!! ¿Dónde están todos?

5 mar 2004

La casa por el tejado

El Sultán duda de que este chico triunfe. Piensa que será una lástima verlo decapitado.

—¿Dices que construirás una casa partiendo del tejado? ¡Ea! Mas recuerda el hacha del verdugo.

—Su majestad —respondió el pretendiente— con vuestra venia—. Se inclinó respetuosamente y convocó a su cuadrilla.

Los albañiles fueron traslapando las tejas, uniéndolas entre sí y con la techumbre usando mortero. Continuaron con las vigas de sustentación, las viguetas y los travesaños.

Al día siguiente, y mientras la Princesa asomaba entre las cortinas de Palacio, colocaron con precisión las dalas y las columnas de piedra, a las que adosaron los muros de tabique.

—¡Vaya! —Exclamó el soberano—, avanzas. —Y susurró— he apostado por ti.

Colocaron las ventanas y puertas en los vanos, siguieron con las baldosas, el solar y el relleno, sin descuidar —por supuesto— ni el drenaje ni el resto de los servicios.

Al tercer día, el Sultán convocó a sus súbditos y, mientras se concluían los cimientos, dió la orden al pregonero de leer el bando.

«Yo, padre de mi querido pueblo por la gracia del Profeta, concedo la mano de mi preciado tesoro a este joven que de manera tan brillante ha sabido conquistarla.»

Alrrededor de la ahora famosa casa, cientos de curiosos —deseosos de admirar y tener para contar— se paran de manos.