1 sep 2004

¡Ay, robot!

Como todos los días, tomó el portafolios de manos de su mujer y le dijo: —Ahora vuelvo, voy por cigarros.

Y como todos los días, sintió que la frase estaba incompleta, la explicación perdida en la noche de los tiempos, cuando el primer cerebro positrónico fue improntado.

Enseguida, el beso, clave vestigial de los inescrutables designios divinos.

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