12 mar 2005

El ombligo del Mar

Los turistas se arremolinaban —válgaseme el símil— para presenciar el fenómeno. Poca atención prestaban al profesor Schauberger y a sus turbulencias y solenoides, prefiriendo la majestuosa e inexplicable vorticidad del Maelstrom. Más que por una docta conferencia, hubieran pagado lo que fuera por testificar aquellos legendarios arrebatamientos de naves y cetáceos.

De pronto, alguien notó que algo salía de este furioso caribdis, algunos pájaros y peces que estallaban casi en cuanto dejaban el sumidero. Un rebaño de cachalotes les siguió, salpicando de sangre a los curiosos y matando a muchos con los restos. Un torbellino de delfines y tiburones se desintegró al llegar a la tropopausa, arrastrando consigo un submarino de la marina noruega, varios kilómetros de cable trasatlántico y un meteorito que llevaba ahí doscientos cuarenta y cinco millones de años. Fue inútil que la muchedumbre saliera corriendo, casi todos fueron despanchurrados por grandes trozos de rinoceronte, hipopótamo y tapir. Aquel gigantesco mamut lanudo aplastó al expositor mientras que los añicos de una multitud de bisontes destruían el puerto, provocando un tsunami que llegó a las costas de Gran Bretaña de donde, por cierto, venían casi todos los vacacionistas.

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