9 mar 2005

Pasarse de lanza

Primero, lo defenestró. Luego, le aventó encima sus libros, sus herramientas, los cacharros de la cocina, un espejo con piedritas que había traído de Pátzcuaro, la pecera, el automóvil y la pelota de basketball. Siguió con los muebles, el segundo piso y las alfombras. Por la ventana salieron también los hijos y una pareja que estaba de visita, así como un grupo de ciclistas que pasaba por ahí; una docena de jirafas, un rebaño de caribúes, mil trescientos canguros y cuatro dinosaurios; también arrojó las Tres Carabelas, los Mártires de Chicago, al Dalai Lama, las estatuas del Paseo de la Reforma, y la División del Norte, igual que al ejército aliado que invadió Normandía, un palacio del siglo XVII, un pueblecito de Siberia, un tractor descompuesto y los Jardines Colgantes de Babilonia que, para empezar, nunca supo cómo se había llenado su hogar-dulce-hogar de tanta chingadera.

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