12 jul 2009

La destrucción del Templo

«...Y entonces, al tercer día finges que resucitas, ¡pon mucha atención!, si dejas que entre un solo rayo de luz, te achicharras y echas a perder todo. Te escondes en la grieta aquella, luego, cuando llegue María Magdalena, nomás va a encontrar un perfecto desmadre y un ángel que, como sabes, son nuestras contrapartes de día, vampiros diurnos, por llamarlos de alguna manera. Repasemos el plan: primero te descuelgan y te envuelven en el sudario, después, sin que nadie se dé cuenta, Arimatea te muerde en el cuello, te depositan en la tumba y la cierran con la piedrota ésa, le pagan el soborno a los centuriones para que se larguen al filo de la media noche, ¿no se me olvida nada?, emborrachar a Longinos y cambiarle la lanza por una de hierro dulce, que te tomen el pulso enfrente de los testigos en la cripta... En fin, creo que no puede estar más claro.»

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