19 jul 2009

Rutina

Recién muere el atardecer, y se rasura frente al espejo en donde ha pegado una fotografía de cuando aún no era vampiro. Se arroja por la ventana y emprende el vuelo; como todos las noches, despliega las alas que las luces de la Ciudad no quieren convertir en sombra y, como todas las noches, evita los apotropaicos más comunes —balas de plata, hoces, crucifijos y estacas—. Luego de su fallida expedición de caza —como siempre— se posa en la misma esquina de tantos ayeres y —como siempre— pide lo de siempre: una orden de tacos de moronga.


—Sin ajo —le dice al paisa— y poca cebolla, ¡ah!, y una pepsi.

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