9 dic 2012

La Ciudad de Dios

Por fin se acabó el mundo ése del que siempre se había arrepentido. En el Cielo encerró hasta la última de las almas junto con los ángeles y los gigantes. Ahora lo adorarían aunque tuviera que torturarlos.

Por calles y túneles de diamante vagan todos esos desgraciados, encerrados para siempre, condenados a hartarse de asco de la Presencia Divina... Hay rumores, y se les ve torcer la mirada tras cada recoveco, entre cada fisura y golpe de sombra. Dicen que cada día son más los que huyen, los que se escapan. Dicen que a veces está en un lugar y luego en otro, y cada vez son mas los desesperanzados —ávidos de precipitarse en él, de acabar de una vez— que buscan el Abismo.

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