4 ago 2013

Arcillas del Tiempo

Coleccionaba trozos antiguos de cerámica. A menudo se le veía en el Punjab o en Armenia comprándole a traficantes encapuchados, o como explorador en la Amazonia peruana pateando cantos rodados, con la esperanza de hallar un pieza interesante. Tenía miles de fragmentos del Templo Mayor y de azulejos árabes, y atesoraba en particular cuellos rotos de frascos y botellas etruscas, zimbabwíes, chinas y de Nueva Zelanda.

Gracias a un tip, viajó a Grecia, donde le vendieron una ánfora 1A —según la clasificación de Dressel— en un estado de conservación excepcional, debido a las condiciones del entierro del que fue sustraído.

Ya en casa, desempacó con mucho cuidado el artefacto de más de dos milenios de antigüedad, pudo observar el excelente estado de conservación, y supuso que no bien hubo salido del horno del alfarero lo ofrecieron en honor del difunto. Un cacharro nuevo, para cualquier fin práctico.

Lo alzó sobre su cabeza y lo vio contra la luz de la ventana, con fuerza lo azotó contra el piso y se puso a escoger los mejores cachitos.

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