Un día le dieron el pitazo de que le iban a caer los de Antropología e Historia y, a su pesar, se puso a convertir en añicos lo que con tanto tiempo y trabajo había reunido.
De la desilusión, se apoderó de él una furia destructora, arrojando contra la pared y contra el piso todas y cada una de las piezas. En la conmoción, lanzó a su esposa del segundo piso, lo último que recuerda es cómo se reventó la cabeza del bebé de pocos meses cuando se estrelló contra el pavimento.
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