Pero el gusto le duró bien poco, seis días para ser exactos. Al séptimo, no encontraba por ningún lado los muñequitos, los ángeles se habían ido volando, y una serpiente diminuta lo mordió cuando estaba acomodando el manzano.
Escuchó que su mamá le llamaba a merendar: —¡Yahvé!, Yahvecito!, ¡apúrate que se te enfría! —Y con un último berrinche le dio una patada al juguete, que terminó con sus piezas desperdigadas por todo el patio.
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