Luego de treinta años regresó a la casa de su infancia. Una casa pequeña, sí, pero es todo lo que su madre le dejó al morir. El clóset con sus juguetes seguía ahí, tal como lo había visto la última vez.
El maestro albañil casi ha terminado de derruir la tapia, y la mujer alcanza a ver las repisas con tanto recuerdo: están el zoológico de plástico de colores, los rompecabezas, las muñecas y el juego de té, el oso de peluche y la caja del supermercado con micrófono de verdad. Abajo está el carrito eléctrico de barbie y el triciclo, muy bien estacionados. Y más abajo, cubierto por la duela, está su padre, quien de seguro ya no es más que un esqueleto.
6 sep 2013
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